Entre la nobleza y la esclavitud nació Thomas Alexandre (1762), el primero de cuatro hermanos mulatos. Su padre, el marqués Alexandre Antoine Davy de la Pailleterie (o marqués de la Pailleterie), lo vendió con un acuerdo de reventa en Haití, y luego volvió a Francia.
No fue hasta 1780 que el marqués volvió a comprar a su primogénito, por lo que hizo que se reuniera con él en París, donde finalmente lo reconoció como su hijo.
Algún tiempo después (1786), el marqués de la Pailleterie contrajo un matrimonio que no era del agrado de su hijo. Thomas Alexandre decidió entonces alistarse en el ejército a la edad de 24 años pero como simple soldado, lo que significaba, que renunciaba a su apellido paterno (noble) y adoptaba el de su madre, Dumas.
Y ahí es cuando se pone bueno.
Thomas Alexandre Dumas pronto se dio a conocer entre sus compatriotas compañeros de armas por su fuerza hercúlea que, entre otras cosas, le permitía, colgado de una viga, levantar un caballo del suelo sujetándolo entre los muslos -además, estas hazañas físicas no le impidieron tomar la lectura de los clásicos como un hábito-.
Dumas participó en la Revolución Francesa (1792), llegó a ser coronel a los 30 años y se casó con Marie-Louise Labouret. Al año siguiente fue ascendido a general y tuvo su primera hija, Marie Alexandrine. En 1796 nació su segunda hija, pero desgraciadamente murió pocos meses después.
Puesto a las órdenes del general Bonaparte, Thomas Alexandre fue un miembro clave de su campaña en Italia con hazañas heroicas, entre las que podemos encontrar las siguientes:
En una ocasión, cuando sus soldados se detuvieron en una empalizada, comenzó a lanzarlos uno a uno por encima de la empalizada sobre un enemigo que, estupefacto, pronto se rindió.
En otra ocasión, impidió que todo un escuadrón del ejército contrario cruzara un puente por su cuenta: los austriacos le apodaron el diablo negro.
En 1798 acompañó a Bonaparte a Egipto, pero varios generales comentaron lo absurdo de aquella campaña en la que sólo veían un medio del futuro emperador para conseguir fama y lograr sus ambiciones.
Dumas se sumó al descontento y le dijo a Bonaparte:
– Por la gloria y el honor de Francia daré la vuelta al mundo, pero si fuera sólo un capricho tuyo, me detendría al primer paso.
– ¿Entonces estás dispuesto a separarte de mí? -preguntó el general en jefe.
– Sí, en cuanto crea que te separas de Francia.
Se produjo la revuelta de El Cairo, Dumas luchó sin descanso y, tras derribar a cañonazos las puertas de la resistencia, fue el primero en entrar a caballo hasta el último bastión de la resistencia, donde, tras finalizar el enfrentamiento, encontró un gran tesoro que entregó a su general en jefe. Bonaparte, admirado por su valor y agradecido por su generosidad, le prometió que inmortalizaría su gran hazaña en un cuadro -cumplió su palabra, pero 12 años más tarde, al recordar con irritación a este indomable general mulato, mandó pintar en su lugar a un húsar rubio… quizás para contrastar aún más con el verdadero héroe de El Cairo-.