Dos álbumes destacaron en 1967, aquel turbulento año de hace medio siglo. Uno vino del lado británico del Atlántico -el Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles- y el otro de su orilla estadounidense -The Velvet Underground &Nico. Entre los dos, cambiaron el sonido del sonido.
Esta semana, el álbum de los Velvets vuelve a casa, a donde fue concebido y grabado, a donde se plantó la semilla: Nueva York. John Cale, que coescribió la música y tocó la viola y el bajo, interpretará canciones del álbum -y algunos otros tesoros de los Velvet- en la Academia de Música de Brooklyn, el jueves y el viernes, como presentador con su banda actual y un elenco de invitados.
El álbum tenía una sonoridad y un estado de ánimo distintos a los de cualquier otro álbum anterior o posterior: una belleza dolorosa, un ennui lánguido, un timbre, extrañamente quizás, a la vez cálido y metálico. Escucharlo era -y sigue siendo- como si te acariciaran un nervio expuesto, a veces con suavidad, a veces con demasiada brusquedad.
El álbum se grabó en un local de ensayo en Ludlow Street, en el Lower East Side; sólo Lou Reed a la voz tenía auriculares. Fue producido por Andy Warhol -cuyas ilustraciones también adornaron la carátula del álbum- aunque aparentemente apenas habló. «Estaba allí», dice Cale. «Decía algunas cosas, pero eran efectivas». Tampoco se hablaba mucho entre los músicos. «No estábamos allí para joder», dijo Cale a Rolling Stone.
El cuarteto y la cantante alemana Nico lograron un equilibrio alquímico: el encuentro del hielo y la llama en la voz de Nico, y ese distanciamiento gracioso y sagaz en la de Reed. Pero lo que realmente marcó el álbum fue su textura sonora, impregnada del inimitable zumbido de Cale: una polinización cruzada entre la música rock y la formación clásica en su Gales natal, el trabajo con John Cage en la academia de música de Tanglewood, en Massachusetts, y los experimentos con los compositores La Monte Young y Terry Riley.
El álbum tuvo una combustión lenta, y sólo se vendieron 30.000 copias en cinco años, aunque, como dijo Brian Eno, «todos los que compraron una de esas 30.000 copias crearon una banda». Y ahí está su resistencia: como paisaje sonoro, la influencia del álbum es inconmensurablemente profunda y amplia, no sólo en la sensibilidad y los sentimientos de su público, sino también en la música y los músicos. Ese entrelazamiento de rock y drone -esa tonalidad y timbre únicos- fluyó en casi todo lo que siguió: el punk, el wall-of-sound electrónico, incluso el jazz de vanguardia y la «clásica» contemporánea.
En un año que vio la muerte del Che Guevara, la sublevación en México y un golpe militar en Grecia -en un mundo en vísperas de las erupciones de 1968- el álbum era estudiadamente apolítico.
«Todo es subliminal», dice Cale, «todo es implicación». Las emociones en The Velvet Undergound &Nico son crudas y honestas, a veces con filo de bisturí, pero en una época de idealismo, estas canciones están tan alejadas del «verano del amor» como se puede conseguir.
Y quizás, 50 años después, el disco se reivindique como tal, ya que nos encontramos no tanto en el aura de una «era de Acuario» como en lo que Percy Bysshe Shelley describió hace dos siglos como «una era de desesperación». A algunos les pareció cínico el álbum en su momento, pero la mirada diagonal de Cale y Reed veía con más precisión su futuro -nuestro presente- que la mirada lambiscona de Joan Baez o Grace Slick.
La mayoría de los Velvet Underground ya lo son literalmente: Warhol, Reed, Sterling Morrison y la propia Nico están muertos. El baterista Moe Tucker vive, más privadamente que Cale, que vuelve a Nueva York esta semana como un músico de inquieta innovación; cada uno de sus álbumes desde aquel de hace 50 años diferente al anterior.
Si su álbum Paris 1919 avanzó el estado de ánimo de The Velvet Undergound &Nico para reflejar la Europa desolada del final de la primera guerra mundial, una orquestación completa del mismo material interpretada en Cardiff y Londres durante 2010 alcanzó proporciones mahlerianas. Recientes experimentos con una orquesta de cuerda y un coro han entrelazado la escala electro-sinfónica con el cromatismo que se esperaría escuchar en Janáček. Y el sábado en Nueva York, hechos los homenajes, hay un tercer concierto de música en solitario, con coro y orquesta.
Pero todo empezó allí en 1967, con la música que los conciertos de esta semana legarán a otra generación, la actual. La Velvet Underground &Nico ha sido interpretada hasta ahora dos veces en este bucle de aniversario: en mayo de este año en Clarence Dock, en Liverpool, donde Nadine Shah ofreció una versión lujosamente aterciopelada de Femme Fatale, y el zumbido de Cale inyectó Venus in Furs con pulso febril.
Antes de Merseyside, en la primavera de 2016, en la Philharmonie de París, Cale y sus invitados estuvieron en concierto. La acústica era lo suficientemente cristalina como para escuchar cada matiz misterioso de All Tomorrow’s Parties, de Mark Lanegan, y para saber que no hace falta que Pete Doherty se estrelle con White Light/White Heat, sino que destacan los toques de guitarra maravillosamente articulados pero discretos -en el espíritu del original- de Dustin Boyer, ahora el socio musical más antiguo de Cale.
A modo de anticipación para esta semana, Cale y el «poeta del slam» Saul Williams hicieron algo extraordinario para la interpretación de Heroin en París: en lugar de la reflexión introspectiva de Reed sobre el propio opiáceo, Williams cantó, con rabia épica, una canción no tanto sobre un narcótico como un grito contra lo que sea en la sociedad que lleve a alguien a querer «anular mi vida». Esto demuestra lo que 50 años y una generación pueden hacer a una canción.
Así que estas son las sorpresas que harán que la vuelta a casa de esta semana en Nueva York sea mucho más que una excursión por el carril de la memoria: el álbum habla al presente y al futuro. Aunque el detalle inolvidable en París fue una llamada de los fantasmas, cuando Cale se encargó de cantar Sunday Morning, cantada por Reed en el disco.
Cale se tragó una línea, de pura emoción, y dijo al día siguiente: «Nunca había cantado esa canción. ¿Te diste cuenta de la asfixia? Lo que pasa con la música es que nunca sabes cuándo va a saltar tu subconsciente y te va a morder en la nuca. Yo estaba allí, en ese loft del Lower East Side, el domingo por la mañana, en el armonio, tocando esa canción.»
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